jueves, 29 de marzo de 2012



Para mí entonces daba vuelcos, la vida.

Pero la vida es una lavadora
que centrifuga en seco:
de donde los calcetines salen desparejados
y se arruga mi camiseta favorita;

que si mezclas tu camisa de los domingos
con las braguitas rojas que tanto te gustan
sólo puede salir algo rosa
que no se arregla ni con lejía.

A veces hay prendas al fondo
donde no llega la mano en el cesto de ropa sucia
que nunca regresan al cajón
pero de las que no te olvidas.

Otras veces siguen oliendo a sudor
o a estar mal lavadas
(en programa de 15’)
o lavadas de menos
que si es el olor de tu colonia
o incluso de tus cigarros
lo agradezco
(sabes que no me gusta dormir sola).

Pocas veces se llena de cal
y se estropea:
inunda el baño y empapa
incluso el arenal de Perla,
que es quien me contesta por las noches.


Pero todo acaba en las cuerdas
irremediablemente
y es triste cuando llueve
porque sólo visitan la cocina
(que es menos de lo que hay)
y agobiante si hace calor
porque se van enseguida.

Por eso yo prefiero la brisa de entretiempo
que mece los sujetadores
y arrulla algún que otro babero
para seguir echando detergente
(que limpia la ropa pero no quita las manchas)
equilibrado con suavizante
(que acaba con lo hostil
de aquello que uno más se ha puesto).



( 8 )
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No se puede mirar la lavadora de pequeño y pensar que eso no te va traer problemas el día de mañana.