El hambre hace maullar al gato, pero paso de él olímpicamente. La campana estridente del microondas suena como una bofetada y me provoca una reacción parecida, mañana desayunaré algo frío para no martirizarme con el pitidito. ¡Lo que me faltaba! El café ardiendo, como siempre. Estos aparatos eléctricos cada vez son menos útiles. Cojo las galletas María y, al primer intento de probar bocado, cae la mitad de una de ellas en la taza, salpicándolo todo.
Suena el timbre del portal una vez, y otra… el cartero. En mi casa, como en la película, el cartero siempre llama dos veces. Dejo allí abandonado el desayuno con la esperanza de que se enfríe y sea comestible. Arrastrando los pies a lo largo del pasillo llego como una zombi hasta la puerta de la calle.
El pobre hombre dio un respingo en cuanto le abrí. No era de extrañar, cualquiera se asustaría al verme con la bata de estar por casa, las zapatillas puestas del revés, la cara pálida, unas ojeras amoratadas y el pelo como si fuera un león. En seguida recuperó la compostura:
--Señora…
--Señorita, si no le importa.
--Usted perdone, señorita. Ha llegado su correo esta mañana. Es un certificado. ¿Podría firmar aquí?
--Claro.
Y me entregó una carta sin remitente. Se me debió iluminar el rostro, porque el cartero antes de despedirse me devolvió una sonrisa, pensado que se la dedicaba a él. Le miré de soslayo y le cerré la puerta en las narices. Ingenuo…
El sobre apestaba a tabaco de bar y tenía alguna mancha como si se le hubieran caído encima unas gotas de lo que parecía cerveza. La sonrisa se pronunció en mi rostro aún más, si cabe. El gato me rondaba entrelazándose entre las piernas. Le acerqué la carta a la nariz y se puso a ronronear. Era gesto suficiente para decirle al animal que su amo regresaba a casa. Nadie más era capaz de enviar algo con el olor del que se pasa la vida en los garitos con forma de caja de zapato, llevando el ritmo como piel y regalando espectáculo.
No abrí la carta… de momento. No era un hombre de muchas palabras, y mi curiosidad podía aguantar un par de días, hasta cuando necesitara sus ánimos.
Volví a verme las caras con el desayuno, con mi café frío y con las galletas María. Otra de ellas volvió a caer en el líquido color tierra, con ganas de empaparlo todo al tirarse en una piscina sucia.
Daba igual, hoy va a ser un buen día, nada lo va a estropear.