En un portal de la decimotercera calle -allí se les nombraba con números, así como se numeraban los pisos con las letras del abecedario- hubo hace años un asombroso interruptor de luz que yo visitaba cada mañana antes de ir a por el periódico de mi abuelo. Fue él quien me lo enseñó.
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El aparato, aun llevando a cuestas todos esos años ( más de los que sumaban mis primaveras en nuestro primer encuentro), era capaz de detectar cualquier movimiento como si se tratase de un cazador detrás de un indefenso cervatillo. En cuanto tenía constancia de la presencia de un ser susceptible (por no decir miedoso) y falto de experiencia en la vida, se encolerizaba como un descosido. Y retrocedía yo siempre, buscando los brazos de mi abuelo. No me hizo nada, solo contaminaba con el ruido que se deja flotando al simular un reloj enfadado y con la sangre demasiado acelerada como para pensar que al tiempo no le afectaría este cambio brusco en su pulso cardíaco.
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Recuerdo que un día lloré al acercarme a ese lado del portal. Corría mayo en el calendario y llevaba ya muchas eternidades cortas sin visitarle. Me asusté. Hacía meses que no me robaban segundos tan descaradamente como aquel interruptor. Me aventuraría a decir que cada uno de sus movimientos equivalía a poco más de un batir de alas de colibrí.
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Pero yo seguí yendo a por el periódico, hasta que llegó un punto en el que ni parpadeaba al plantarme delante del sensor de movimiento de veinte años atrás. Así, me gustaba pensar que me haría valiente y crecería rápido, bailando entre corcheas en un tempo presto.
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No solo pasaban los minutos por mi piel, mi rostro o mis manos. Ya no volví a llevarle el periódico a mi abuelo. A él también le habían robado lo que no es de nadie.
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La tarde que me enteré de esto fui al dichoso portal, y pulsé el maldito interruptor incluso antes de que me detectara. Aguantaba sin pestañear tantos aleteos como instantes de luz artificial me brindaba el instrumento que había diezmado tanto mi niñez como la de los míos.
Oscuro. Volvía a pulsar. Silencio. Me detectaba. Oscuro y silencio. Click. Luz y alas. Tinieblas y susurros...
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Juraría que ese día me pasé dos horas seguidas allí, derrochando electricidad, lágrimas y rabia. Juraría, además, que dije en voz muy alta y estando sola: "Lo único que me puede ver caer de nuevo, a partir de ahora, será la entrada a esta casa de la calle decimotercera. Concretamente, el ladrón de la arena de relojes, castillos y playas desiertas que allí vive."
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A los tres años de hacer tal promesa al olor a ciudad mojada concentrado en una habitación hicieron reformas en el portal. Quizá el uso desmesurado que yo le daba al interruptor produjo la avería. Quizá fue él, que había robado tanto a tantos que ya no le cabía más oro en los bolsillos. Quién sabe.
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Al final, lo único que quedó de aquel artilugio fue una marca rectangular y gris en la pared. Aparecieron detectores modernos, sin ruidos y ni siquiera a destiempo con el mundo. Ni batir de alas ni zumbido de bombillas viejas. Nada.
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Desde entonces, no me han vuelto a ver llorar.
( 8 )
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Y si te vas me voy por los tejados
como un gato sin dueño
perdido en el pañuelo de amargura
que empaña sin mancharla tu hermosura.
3 comentarios:
A mi esta no me gusta tanto..
..y me alegro.. ya empezaba a mosquerme :D
No se como explicar por que no me gusta... yo creo que esta bien.. pero no tiene eso que la hace.. acojonante.. como la anterior por ejemplo...
Solo se que no se nada.. como decia manolito gafotas :P
(S)
Me alegro mucho de que escribas. Es lo que hay que hacer, incesantemente. Eso sí, sin descuidar el resto. Esta semana estamos de evaluaciones, y como vea tendencia a la baja, no tendré más remedio que reñirte (y cortar el suministro de mangas).
El texto tiene momentos buenos, y algunos hallazgos. Cierto que genera cierta confusión, entre la narración y lo poético. Conjugar ambos estilos es muy, muy complicado. Asoma algún resquicio de Cortázar por ahí (por cierto, uno de mis favoritos).
Pero cumple su función: no oxidarse, salir al encuentro de palabras, y seguir aprendiendo.
Nos vemos por la jungla.
Pues a mí me parece increíble.
Uno de los mejores de hecho. Ya tienes un considerable historial como para decirlo a la ligera^^
Me parece repleto, la infancia, el tiempo, el abuelo, no sé... tiene un sentimiento de ternura y de descubridor inocente que a mí me encanta... en plan lo que dura un fin de semana. No sé hasta que punto es real, pero la conexión está muy bien hecha. De niños siempre hay cosas que nos llaman mucho la atención y que luego sólo se dedican a funcionar. Me ha encantado, de verdad... yo no le veo un solo pero.
Yo no estoy bien de la cabeza ya sabes
Sigue así, eres increíble ;)
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